sábado, 23 de marzo de 2013

"-¿Me dejas besarte? -Prefiero que me escribas un poema"


Soy una mujer de letras. De las que escriben cartas a montones, de las que golpean el teclado con ansiedad y escriben y escriben y escriben, y pocas veces borran.

Se podría decir que soy una, de las tantas otras, mujer y amante, esposa y querida, de las letras. Que si lloro, me abrazo a ellas, que si río las sonrío y que si huyo me las llevo. Soy otra de las muchas que mantienen un romance lésbico con ellas, y nunca siento celos, y nunca me desprecian, y siempre están para mi.

Con diferencia, es el mejor romance que jamás habré mantenido.

Y es más que posible que me guste más cuando alguien me dedica un verso, que cuando me dedica un beso. Porque soy así, de aquella manera de ser en que todo está cambiado, está mal, es anormal y no lo quiero evitar, porque aunque a ratos me desagrado, soy mejor siendo a mi manera que siendo de cualquier otra.
A mi se me enamora con una buena caligrafía, una habitación con olor a papelería y no a rosas, con un libro en blanco, con post-its por toda la casa, escribiéndome en la espalda, en el cuello, en las manos...

Soy una mujer de letras, y me encanta como suena mi teclado mientras escribo y leer en voz alta para mi misma, y no se que pienso, ni que digo, ni que siento sino lo he escrito antes.


El día que dejé de escribir habré perdido mi única manera de entenderme, me volveré loca.





¿A caso creíste que nunca te quise, cretino?


En la acera, frente a la tienda más antigua y bonita de costura de todo Madrid, ellos, discutían y se reprochaban mil cosas. Ella, con sus pintas de siempre, pantalones apretados, un jersey de lana inmenso y su chaqueta vaquera, él solo estaba a medias.

-Ahora me reconcomen los remordimientos, ¿a caso creíste que nunca te quise, cretino? ¿A caso no demostré, aunque fuera a mi manera, que te amaba? ¿En serio crees que gasté mis días, mis noches y mis lágrimas en alguien por quien no sentía un amor profundo, de ese tipo de amor que te lleva a hacer el tonto, a sonreír fuerte...? Dios mío, si que te ha cegado el daño que te hice.  Me hice cargo de mi felicidad, a la que tu tenías presa en esa fea jaula de inseguridades, celos y un montón de miedo. Necesitaba espacio y me diste atención. Tan enrevesado era mi simple intento por reunirme conmigo misma y analizar los tantos acontecimientos que me estaban comiendo desde el verano. Creo que nunca llegaste a entenderme. Y dime qué soy ahora, ¿simple, tonta, fea, gorda, estúpida, puta? ¿Cómo te acuerdas de mi? Bueno mejor no me lo digas. PERO MUÉVETE IMBÉCIL, no me mires como si no estuviera hablando contigo.

-Es absurdo, no te entiendo. Yo te quería, me hiciste daño. No tiene sentido. Así que no importa.







lunes, 4 de marzo de 2013

IVRIEC


Dos de Marzo, en alguna calle, en algún hostal de Madrid.
La luz entraba a través de las cortinas. 
En algún punto entre la ventana y la cama, nuestras maletas. 
En el fondo de la habitación, la ducha. 
Sobre la cama, nosotros.



Levanté la cabeza y vi la cama cuan larga era, sus pies sobresaliendo, y al final del todo, una ventana que daba a una terraza, que a su vez daba a una calle, que era, y sigue siendo, parte del Madrid más bonito que he conocido desde la última vez que vino. 

Me giré sobre mi misma y abrazándose a mi, él, con los ojos cerrados y los labios pegados a mi hombro, como escondiéndose. Dormía. 

La luz iluminaba su piel, blanca, muy blanca, casi tan blanca como la mía, y hacía que su pelo, totalmente despeinado, brillase sobre la almohada. Era, con diferencia, el momento más especial desde aquel primer beso atropellado que nos dimos. 

Le acaricié la mejilla, o al menos eso me gusta recordar, y le besé en la frente, despacio y moviéndome lo menor posible. A los pocos segundos tenía su boca buscando la mía. Entonces empecé a dudar si aquel otro hubiera sido el momento más especial o si lo sería este, mientras me retorcía entre las sábanas, jugando, evitando su boca, intentando hacer de aquel instante un momento, un momento largo. 

De hecho, me hubiera gustado que se hubiera convertido en una vida, sin ninguna preocupación. Ni siquiera que me llegara a besar podría considerarse un problema. Solos él, yo y la luz que entraba por la ventana y que nos hacía tan perfectos, tan preciosos, en parte porque nuestra piel brillaba y en parte porque nos cegaba a medias.

Y aun queriendo perdernos entre las almohadas y  las sábanas, rotas por algún viajero que quemó sus noches en vez de compartirlas, como hacíamos nosotros, nos perdimos por Madrid. Nos encontramos mil veces con esas pompas que nos recordaban a Barcelona y a nuestra primera vez, y convertimos una, o dos tardes, en más momentos con los que evadirnos en clase, en casa, en el trabajo... como levitando por encima de lo que nos ocurre, como surcando el día a día al ritmo y con la dirección del viento, como pompas de jabón, grandes y no tan grandes. Como nosotros. así de raros, así de simples, así de nosotros.