martes, 23 de julio de 2013

"No te preocupes, cogeré el próximo bus"


Los viajes en autobús son una tortura. Pero me encantan.



Están pensados para echar de menos a todas esas personas que se fueron hace ya tanto. Duran exactamente lo necesario para que, en un descuido, pienses en todas esas cosas que ya habías superado, que ya habías, al menos hasta ese entonces, olvidado. Y da igual si son ocho horas desde Madrid hasta la costa, o si es una desde Alicante hasta Guardamar. No importa. Dura lo justo para que se te escape un fantasma y te vuelva a rondar. 

Los viajes en autobús dan dolor de cabeza. Pero me encantan.



En cuanto le enseñas tu billete al conductor y empiezas tu búsqueda por el pasillo de un sitio en el que entumecerte y quedarte absolutamente quieta por un rato, le estas pidiendo a gritos al autobús que inicie un viaje por tu subconsciente hasta el armario donde escondes tus monstruos. Dale 20 minutos de viaje y ya habrás escrito carta y media a quien añoras, si es que realmente es añoranza y no es simplemente un efecto post-viaje de autobús. 

Los viajes en autobús son magníficos, son mágicos, son divertidos... Son devastadores.