Cuando llega el otoño, a mi también se me caen las hojas y pierdo los papeles.
Otro anillo se dibuja en mi tronco y me hago un poquito más fuerte y alta. -Ya casi soy del tamaño de un arbusto. Bueno, de un arbusto de interiores.-
Pero el caso, es que crezco... -no en el sentido más físico de la palabra, pero al fin y al cabo crezco.- Me reseco un poco y parece que he palidecido, pero en el fondo me preparo para pasar otra primavera. Y ya van veinte, una detrás de la otra, sin fallar ni un solo año.
Y este arbolito resulta que ya ha acabado la escuela, y que también pasó el instituto. Tampoco nos podemos olvidar de que está a mitad de carrera. Lejos quedó el tiempo en que se quedaba en casa haciendo, simple y llanamente, la fotosíntesis.
Cuanto hecho de menos aquellos días en los que me tiraba al sol a fagocitar como si no hubiera mañana. Pero claro, ahora hay que cuidar la línea, -que lo que está de moda es ser un anoréxico bonsai (pero OH DIOS, cuanto extraño los, sabrosos y llenos de calorías, rayos del sol)- madurar, estudiar, trabajar... Ya apenas tengo tiempo de polinizarme con otros árboles.
Adiós a mi vida social de arbustito. Hola estresante vida de arbusto de interiores adulto.