martes, 24 de junio de 2014

Cosas que no hacer a distancia


La luna se plantó en lo alto del cielo como queriendo iluminarla, tan redonda y tan blanca. Ella, con el pelo detrás de las orejas y recogido en un intento de trenza, caminaba rápido hacia ningún lado. Tras horas y horas de estudio su jersey favorito parecía más viejo, los pantalones más gastados y sus zapatos rotos, pero su cara seguía siendo hermosa. Aun cansada. 

En la mochila llevaba un montón de apuntes organizados por asignaturas, temas, colores, orden alfabético y de extensión, a limpio, sucio, castellano, inglés y euskera. También llevaba las gafas de leer y el móvil lleno de mensajes de despedida y sin batería. En los bolsillos pequeños, una cajita de caramelos de café y un paquete de filtros. 

Mientras caminaba, ella saca el paquete de filtros, el tabaco y el papel, y la mayoría  se le cae al suelo. Se frena en seco y mira las cosas esparcidas por el suelo, como preguntándose por qué. Desesperada y apunto de llorar, por eso y no por todo lo que había ocurrido en todo el día, se rinde. Se sienta en el suelo, en medio de la acera de una ancha calle de Madrid y se dispone a liarse un cigarrillo. Que más da si algún transeúnte nocturno la ve. Que más da si no hay nadie. 

Sentada en el suelo, filtro en la boca y todo lo demás entre sus manos y sobre sus piernas, se concentra en liar el mejor de los cigarros de todos los tiempos. Las lágrimas que se le caen se lo ponen más difícil, pero ella sorbe y vuelve a intentarlo. Con el mejor cigarrillo echo por nadie al que se le acaba de romper el corazón entre los labios y el mechero en la mano, un pensamiento atraviesa su mente. ¿Por qué conformarse con la acera? ¿Por qué no hacerse dueña de toda la calle?

Se desliza entre los coches y se para en medio de la carretera vacía que, en una enorme cuesta, une la plaza de Cascorro y la Ronda de Toledo. Mira a un lado y a otro, más por cortesía que por cambiar sus intenciones en caso de, y se dirige al centro de la carretera. Cruza las piernas y se sienta como un indio. "Hau" se dice a sí misma, y se enciende el pitillo. 

Hasta tres veces tiene que re-encenderse el cigarro, recostada hacia atrás, con los brazos como tope para no caer vencida por el sueño contra el suelo. Y disfruta cada calada. Y llora. Y luego sonríe y sigue. Hasta tres pitillos seguidos se fuma. 

***

La luna se plantó en lo alto del cielo como queriendo iluminarle, tan redonda y tan blanca. Él, asomado al balcón se disponía a dormir. Sobre la mesa quedaban un montón de dibujos en los cuadernos y algún poema erótico. Todo muy moderno. Todo muy él.

Bajo el balcón se extendía la Carrer d'En Serra, vacía y estrecha. Nadie ni nada cabían allí. En su cuarto, la cama frente a la estantería llena de libros viejos. A la derecha el balcón, abierto de par en par con él dentro. A la izquierda, montones de ropa y de todo un poco, la puerta, fotos en la pared y un póster de Pulp Fiction. Junto al balcón una carita dibujada a lápiz en la pared. A los pies de la cama, la colcha tirada y arrugada en el suelo. Con los pantalones de tela roídos y con algún agujero culpa o de las quemaduras o de las polillas, él deja el balcón, se sienta en el borde de la cama y sigue mirando la calle. 

La mirada se desvía al dibujo de la pared y de la pared a la calle. Todo es lo mismo. Sobre la cama hay un móvil apagado con las teclas desgastadas y un gurruño de ropa que parece la camiseta blanca del pijama. 

En el desorden de la mesa rebusca algo, levantando los cuadernos para dejarlos sobre otro montón de cosas sobre el suelo. Después de un rato buscando sobre la mesa, retira la silla que encajaba en ella y encuentra otro montón de cosas. De entre ellas saca lo que parece un CD Walkman algo estropeado. Dentro un CD pirata, de los que le grababa. 

Tras varios intentos para encederlo, el CD comienza a girar y él pulsa el botón de aleatorio mientras camina, o baila, según se mire, hacia la cama. Una vez allí, tira la camiseta al suelo y lanza el móvil apagado o fuera de cobertura sobre un montón de ropa en el que rebota para caer al suelo y perder la batería. Se lanza sobre la cama, que cruje, y se centra en no llorar mientras escucha la música. Dave Van Rock entona "Hang me, Oh hang me" y mientras se retuerce en la cama para darle la espalda al mundo, él se derrumba. 

Se aprieta bien los auriculares contra los tímpanos y se obliga a parar de llorar. Otra vuelta sobre la cama deshaciéndola por completo y queda boca arriba, sus pies descalzos sobresalen del colchón y el pantalón se le ha arrugado tanto en las rodillas que se le ven los gemelos y todos sus tatuajes. Se recoloca el pijama y mira hacia arriba. Gira el cuello y le cruje la espalda, pero la brisa que entra desde el balcón merece la pena. Intentar dormir sería absurdo.  























domingo, 22 de junio de 2014

El jo̶d̶i̶d̶o̶ verano me p̶u̶t̶o̶ deprime.


Una tormenta de pensamientos (de esas calurosas y pegajosas de verano)  empapa e inunda las calles de mi ya no tan brillante mente. Todo se mezcla y se convierte en un inservible y "sentimentaloide" trozo mojado de NADA. 
El verano me deprime.

La música suena: "I don't see what anyone can see in anyone else but you. Du du du, du du du, du du du". Pero se pierde en algún punto entre mi oreja y mi tímpano, porque he dejado de escucharla hace al menos 15 minutos. 

Debería empezar a drenar los pantanos de mi mente y reconstruir los castillos de naipes donde la gente solía vivir, deambular, o lo que sea que hagan las personitas que ponen en desorden los cajones del apretado, cuco, y alejado del centro, apartamento de solteros que toda persona tiene por cabeza. Un "love"/estudio que no compartimos (ni alquilamos a precios desorbitados). Sin vistas, sin ascensor y lleno de estanterías y espejos para autoevaluarnos constantemente. Hay pañuelos por todas partes, la mitad son de las llanteras que nos pegamos. La otra mitad de todas las pajas mentales (habidas y por haber). Hablo del último piso del cuerpo, el de los vecinos escandalosos.

Una especie de piso de estudiantes en el que concentramos: conciencia, rabia, paranoia, pena, felicidad... y todos se emborrachan y pelean entre ellos. El Jersey Shore de la mente humana. 

La lista del Spotify "Depresión pre-menstruación o de cómo estar triste" se me acaba y no se me ocurre música más apropiada para llorar y sonarme los mocos a gusto que las canciones de Yann Tiersen y las lentas de The Moldy Peaches. 
El verano me deprime tanto. 
Por otro lado, como vuelva a saltarme otro anuncio para que me saque el carnet de conducir, me lo voy a empezar a tomar como algo personal. "My name is Jorge Regula, I'm walking down the street. I love you, let's go to sleep". La música vuelve y de pronto estoy cantando.

El exceso de agua desaparece y en mi cabeza ya solo quedan papeles mojados y un calor asfixiante digno del mejor y mas árido de los desiertos. Espero que el seguro cubra esta clase de desastres mentales. "Otra vez me dejas Madrid para mi y yo me hago mucho más feo. Es patético empezar otra canción diciendo 'te voy a echar de menos, quédate' ", la depresión, por otro lado, no remite. 
El jodido verano me puto deprime. 

En alguna parte de mi mente se escucha "¡Niña, esa boca!". Autocensura. Pero es que, ¿a dónde quieren que vayamos los tristes en verano? Debajo de las sábanas hace mucho calor, ¿qué clase de escudo contra la vida pretenden que utilicemos sin derretirnos sobre la cama, bajo la colcha?



El jodido verano me puto deprime y no hay cura.