lunes, 4 de marzo de 2013

IVRIEC


Dos de Marzo, en alguna calle, en algún hostal de Madrid.
La luz entraba a través de las cortinas. 
En algún punto entre la ventana y la cama, nuestras maletas. 
En el fondo de la habitación, la ducha. 
Sobre la cama, nosotros.



Levanté la cabeza y vi la cama cuan larga era, sus pies sobresaliendo, y al final del todo, una ventana que daba a una terraza, que a su vez daba a una calle, que era, y sigue siendo, parte del Madrid más bonito que he conocido desde la última vez que vino. 

Me giré sobre mi misma y abrazándose a mi, él, con los ojos cerrados y los labios pegados a mi hombro, como escondiéndose. Dormía. 

La luz iluminaba su piel, blanca, muy blanca, casi tan blanca como la mía, y hacía que su pelo, totalmente despeinado, brillase sobre la almohada. Era, con diferencia, el momento más especial desde aquel primer beso atropellado que nos dimos. 

Le acaricié la mejilla, o al menos eso me gusta recordar, y le besé en la frente, despacio y moviéndome lo menor posible. A los pocos segundos tenía su boca buscando la mía. Entonces empecé a dudar si aquel otro hubiera sido el momento más especial o si lo sería este, mientras me retorcía entre las sábanas, jugando, evitando su boca, intentando hacer de aquel instante un momento, un momento largo. 

De hecho, me hubiera gustado que se hubiera convertido en una vida, sin ninguna preocupación. Ni siquiera que me llegara a besar podría considerarse un problema. Solos él, yo y la luz que entraba por la ventana y que nos hacía tan perfectos, tan preciosos, en parte porque nuestra piel brillaba y en parte porque nos cegaba a medias.

Y aun queriendo perdernos entre las almohadas y  las sábanas, rotas por algún viajero que quemó sus noches en vez de compartirlas, como hacíamos nosotros, nos perdimos por Madrid. Nos encontramos mil veces con esas pompas que nos recordaban a Barcelona y a nuestra primera vez, y convertimos una, o dos tardes, en más momentos con los que evadirnos en clase, en casa, en el trabajo... como levitando por encima de lo que nos ocurre, como surcando el día a día al ritmo y con la dirección del viento, como pompas de jabón, grandes y no tan grandes. Como nosotros. así de raros, así de simples, así de nosotros. 



1 comentario:

  1. Un instante convertido en un paraiso personal, sera eterno e intransferible. Se podra recordar y volver a disfrutar durante toda la vida. Porque al fin y al cabo, ha sido el mejor momento de la mia

    IVRIEC

    ResponderEliminar