De la realidad a la noticia, una visión antropológica
El sol nos daba con
fuerza en la nuca y el polvo se nos metía en los pulmones. Acabábamos de
comenzar nuestro paseo por la Cañada Real Galiana. Era todo un
acontecimiento.
Desde hacía ya un mes,
las compañeras del Grado de Antropología Social y Cultural de la Universidad
Autónoma de Madrid, habíamos estado
trabajando con la imagen de la Cañada. Habíamos visionado alrededor de 50
reportajes y documentales en internet. Yo, personalmente, me esperaba cualquier
cosa. En todas las noticias hablaban de la droga, de gitanos delincuentes y de
chabolismo. Esencialmente, esto era la Cañada Real para mí, y para la gran
mayoría de españoles.
El Departamento de
Antropología nos animó a que visitásemos el barrio. Nuestra primera reacción fue
de auténtico pavor. En mi cabeza resonaban trozos de todos los videos que
habíamos analizado: “el mercado de la droga más grande de toda Europa”, “los
carteros tienen miedo a entrar”, “una joven autista es hallada desnuda y
tendida sobre sus excrementos en la Cañada”, “desarticulado uno de los clanes
de la droga más activos de la Cañada Real”, “viviendas ilegales y chabolismo a
las afueras de Madrid”… ¿Por qué íbamos a querer ir a un sitio así?
Un mes después, ahí
estábamos. Un grupo de diez antropólogas, de no más de 25 años, recorriendo la
Cañada. ¿Qué nos encontramos?
Lo primero de todo: un
barrio. Un barrio con casas y con vecinos. Y esa fue nuestra primera y gran
sorpresa.
…
La Cañada Real se
compone de seis sectores, todos ellos distintos. Cada uno tiene sus
peculiaridades. En unos hay más inmigración, en otros menos. Unos están
afectados por los derribos, otros no. Sin embargo, toda la Cañada está afectada
por la imagen que se da de ella en los medios de comunicación. Y no solo nos
dan una imagen del barrio, también de todos los que allí viven.
Durante el paseo por la
Cañada recorrimos cinco de los seis sectores. Vimos los escombros de las casas
derribadas por los ayuntamientos con la ayuda de la policía, a las mujeres que
cuidaban de los bebes. Vimos movimiento en las naves industriales y camiones
que entraban y salían. Mujeres y hombres trabajando. Lo que no vimos fue
trapicheo. No vimos jeringuillas en el suelo, aunque si suciedad. No vimos
gitanos vendiendo drogas, aunque sí que vimos gitanos. No vimos toxicómanos. No
fuimos agredidas. No nos gritaron. No nos intentaron asaltar. ¿Dónde estaba la
Cañada Real de los medios?
No pretendo idealizar
un bario que está sumamente afectado por la infravivienda, el chabolismo, la
suciedad, el aislamiento, la especulación, la pobreza y la falta de acceso a
los recursos públicos. Un barrio que ha sido maltratado y marginado desde los
Ayuntamientos, y que carece de infraestructuras para dar ayuda y servicio a sus
habitantes.
Tampoco niego la
existencia de venta y consumo de drogas o la inseguridad, aunque estos
problemas se concentren en un único sector.
Simplemente, os cuento
como de estafada me sentí.
La Cañada, se ve a sí
misma como un barrio. Los muros estaban llenos de pintadas que denunciaban los
derribos. La Cañada era suya, de los vecinos. Y no de los grandes clanes de la
droga o de gitanos autoritarios que se habían hecho con el barrio a golpe de
violencia. Allí había de todo, había inmigrantes, había españoles, había
gitanos, asociaciones de vecinos, ONGs, incluso había un puñado de antropólogas
investigando. La calle estrecha y sin asfaltar, embarrada en algunas zonas y
atravesada por una autovía, era de todos ellos.
Todo esto me llevo a
buscar de donde salía mi idea de la Cañada Real. De hecho, ¿cómo podía tener
una idea de la Cañada Real si no había estado allí antes? Obviamente, la
televisión había ayudado en esta labor. No sé si las noticias sobre las
operaciones policiales, la droga, las historias de vida de los toxicómanos y
todos los reportajes de la Cañada en general respondían al sensacionalismo que
empapa hoy en día a los periódicos. También puede ser algo mucho más retorcido.
Los medios han creado un gueto en Madrid y eso da mucha audiencia.
La Cañada se ha
construido desde las administraciones y la televisión como un barrio peligroso,
de delincuencia y de gitanos, aprovechándose del racismo crónico español para
con ésta etnia. No es la primera vez que esto ocurre. Este mismo proceso de
criminalización se da también en otros barrios marginales. No solo de España,
sino de todo el mundo. Se dio el mismo proceso en los años 60 con la
construcción del barrio del Pozo del Tío Raimundo. Se da en el Bronx de Nueva
York y en las Favelas brasileñas. Culpar al propio barrio de su situación, a
sus vecinos, es mirar hacia otro lado.
Los derribos no han
sido aleatorios. Han servido para acallar y enfrentar a un barrio que trataba
de luchar y organizarse.
Los medios de
comunicación se han encargado de darnos la imagen adecuada para que no
empaticemos con ellos. No son personas, son delincuentes. Los derribos son
legítimos, la criminalización es aceptada. La Cañada Real Galiana es una mancha
en la “marca España”.
Nosotros, por otro
lado, nos hemos encargado de engullir los documentales, las noticas, los
titulares. La Cañada no es suya, es nuestra, porque allí solo hay mala gente y
ese espacio es público, o eso nos hacen pensar.
La administración se ha
aprovechado de esta situación y se ha dedicado a especular con la Cañada.
Eurovegas, zonas verdes. Todo nos va a parecer mejor si creemos que solo es un
foco de delincuencia, suciedad y drogas. No nos indignamos, no protestamos. La
Cañada Real ha sido desnaturalizada. Ya no es un barrio afectado por el abandono
de los servicios sociales, la pobreza y por la situación política y económica
del país, ahora es un problema.
…
Retomando mi paseo, ahí
estábamos las diez antropólogas, caminando botella de agua en mano y con crema
hidratante en la nariz y los hombros, esquivando los charcos. Algo raro estaba
pasando. La gente nos daba los buenos días, queríamos correr, ¿dónde estaban
los delincuentes?
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